Saliendo de nuestra sesión una pacientita me dijo: “ a vos te pagan por volver loca a la gente”.
Me lo dijo con ironía, pero bastante seria.
Conozco a esta niña de 11 años, desde jardín.
En este dibujo hizo «una cara». Tenía casi 4 años.
Trabajamos desde que a la conocí, con casi 4 años, hasta que tuvo el alta de Psicopedagogía antes de que empezara 1er grado. Luego, cuando estaba terminando 2do volvimos a trabajar con un nuevo motivo de consulta.
De chiquita los papás se preocuparon por algunas dificultades ligadas a antecedentes de salud al momento de nacer y primeros tiempos de vida. Ellos observaban cuestiones relacionadas a su estar en la escuela y en otros espacios. En ese momento hicieron una consulta con un especialista en desarrollo que indicó un tratamiento psicopedagógico. Había que ocuparse de la coordinación grafomotora, la comprensión de consignas y demás cuestiones que a veces nos formulamos desde la escuela o en el entorno familiar en estas edades.
Empezamos a trabajar. Cada vez jugaba más lindo, se expresaba, se mostraba más flexible y receptiva. Y empezó a desplegar una capacidad inmensa. Ya no estaba tan fijada a ciertos rituales, a intereses muy restringidos. Empezó a conectar con otras áreas de la vida, sobre todo con las del saber, que obviamente, hicieron que la misión de ir a una psicopedagoga se viera cumplida. Entonces antes de que empezara su primaria nos despedimos.
Siempre dibujaba y con mucho placer, este «jardín» lo hizo a sus 5 años.
Un año y medio después, la mamá me vuelve a llamar y me explica que la escolaridad andaba muy bien, que esta nena seguía con su psicólogo y que estaba progresando mucho en sus aspectos personales y vinculares.
El asunto era el pensamiento matemático… Nos reencontramos con la alegría de volver a jugar y trabajar con esta familia por quienes había desarrollado un afecto especial.
Y llegamos a hoy, en esta nueva etapa de nuestro trabajo donde ella me dice: “A vos te pagan por volver loca a la gente”. Lo cual, me encanta.
¿Porqué me gusta tanto que ella diga esto? Esta afirmación encierra varias claves.
Si lo traspasamos a un punto de vista teórico, me está diciendo que reconoce lo particular de lo que los libros llaman encuadre.
Lo que hacemos juntas, más allá de los años que nos conocemos, o del afecto que hemos desarrollado, o del interés que pueda sentir yo a modo personal sobre que ella mejore en lo que le cuesta, es un trabajo. Me pagan por ello. Es totalmente cierto.
Es cierto que tenemos roles diferentes. Aunque a veces hablamos como si fuéramos amigas, ella viene aquí para ser ayudada, y confía en mis métodos. Particularmente el que ejerzo con ella, según dice, es el de volverla loca.
Y mi rol, que es el de dar ayuda. Esto incluye -es mi pensamiento- aceptarla tal como ella necesita mostrarse. Ella, una pequeña Mafalda, que me dice en sus palabras, cómo percibe nuestro trabajo juntas. Y fue algo que me podría haber molestado. Pero bien sabe ella que en este contexto, sus palabras siempre valen. Como parte de mi trabajo, nada de lo que me diga, ella o la otra “gente”, daría lugar a que yo lo tome en forma personal. Mi rol incluye poder recibir empáticamente lo que ella tenga para traer. Este es su espacio, y si necesita usarlo diciendo que la enloquezco, tomo la parte de verdad que tiene para ella, que luego le devolveré como parte de un proceso que hace junto a mí, en este lugar, suyo/ nuestro, y con la clara intención de que perciba que no me ofendo, no me enojo, no me aleja, no me es indiferente.
Una vez dijo, “realmente soy muy dramática”. Y a partir de eso, dijimos que no voy (vamos) a tomar nada de ella tan en serio. Lo cual es una ironía mía en un tono parecido a los de ella, ya que todo lo que traiga a sesión, es y será motivo de trabajo. Reformular lo que para ella es “drama” para procesarlo como lo que son: emociones intensas que empiezan y terminan en la medida que las puede pensar, objetivar, comprender, para luego desarmar.
Habló de gente. Vuelvo loca “a la gente”, al público, a los que vienen quiso decir, a los pacientes pienso yo. Y ella se nombra gente, no es la única. No lo dice desde una posición individual, egocéntrica sino que se objetiva como una más del genérico de los que vienen a consulta. ¡¡Qué distinto a otros tiempos!! Tiempos en que ella por sus características no podía percibirse así. Y supone que todos, o casi todos los que vienen, están siendo sometidos, confrontados, desafiados, provocados desde mi oposición, mi insistencia, que les voy poniendo problemas y obstáculos, que tendrán, ella y la demás gente, que resolver.
Con esa frase dice que está padeciendo nuestras sesiones. Pero me sonríe y sigue volviendo y ocupando intensamente sus tiempos.
Tiene sus ciclos. A veces le va muy bien, a veces no tanto. Trabajamos mucho cómo es poder, que pueda hacer y mostrar. Completamos actividades diciendo los paso a paso. Es una nena muy verbal, entonces los apoyos con ella van por ese lado. Pensamos cómo resolver lo que luego va a suceder en clase, estando solita, pero con nuestras palabras y experiencias dentro suyo. Imaginamos pruebas, las tomamos, las calificamos, y dejamos que los nervios se expresen aquí. Porque total… si tiene que haber nervios, con una vez es suficiente. ¿Para qué llevarlos de nuevo a su escuela?
En 3er grado, pensando juntas.
Trabajamos sobre un objetivo. Más mío (nuestro, junto a padres y escuela) que de ella. Tenemos un plan: buscamos que los reacomodamientos cognitivos y emocionales que se produzcan luego de ese “volverla loca” la dejen parada en un lugar de mayor lucidez y autonomía.
Y trabajamos en un espacio y un tiempo pautado, que aunque no lo dice el encuadre teórico, transcurre en el contexto de que me da un enorme placer verla crecer.
Y de eso se trata, planteo, me planteo, desde la experiencia que construí con ella y con la otra “gente” un tratamiento psicopedagógico.
Psicopedagoga
Muy interesante!!!! Gracias
Muy bueno!!! Gracias por compartir esta experiencia. Me ocurre lo mismo con algunos pacientes, siento ese placer y emoción de verlos crecer.
GRacias Karina!