El año ya está en marcha.
Hace tiempo que siento que nuestro “marzo” es después de Semana Santa. Las rutinas, las adaptaciones, los nuevos lugares van tomando forma lentamente, hasta que todo se vuelve: ya, inmediato. Urgente. Súbito.
Como tengo unos cuantos años en esto, me reservo energía para este mes. Y el que viene.
Entrevistas con padres, muchas.
Juntarnos los equipos, reuniones en escuelas, conversaciones con profesionales.
Por casualidad varios de mis pacientes cambiaron de escuela, de ciclo, de turno, de acompañante en este año. Y hay que estar ahí. Escuchar a cada uno de los involucrados, sin dejar de sentir la voz de nuestro paciente y su familia. Escuchar los reclamos, los pedidos de sugerencias, las quejas, los anhelos y compromisos para encauzarlos hacia lo posible, lo razonable. Y para calibrar nosotros con lo que ese mundo fuera del consultorio tiene para decir.
Me armo un esquema mental para cada encuentro, pensando en él o ella.
Lo mantengo presente.
Ajusto la perspectiva de lo que puede en el espacio que está o que estará.
Y pido. Pero también ofrezco.
Que lo vean como es y entender cómo es visto.
Pensar juntos lo que necesita (el/la paciente), necesitan (los cercanos) y necesitamos (los implicados en este proceso).
Plantear los logros y los pendientes.
Pensar hoy hacia el mediano plazo, en un tiempo lógico, para volvernos a reunir. Tal vez en agosto. O a fin de año. O el año que viene.
Pero instalar en el intercambio que estamos en un proceso, que lleva tiempo y que los que estamos, tenemos mucho que ver. Ver cómo y qué hacemos, pero viéndolo a él o ella.
Psicopedagoga
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