Ser docente

La docencia es fundamental en mi vida.

Lo hago aunque sea mal paga.

Lo haría gratis.

Más aún: ¡pagaría de mi bolsillo para seguir enseñando! Razones me sobran para ello.

Si hago un breve resumen de cómo asumo el lugar del profesor, podría decir que es una propuesta muy generosa por parte de la universidad que me convoca. Me invitan a transmitir lo que mis maestr@s me enseñaron, lo que aprendí y construí. Y así “por trabajo”, me toca hacer un obligado repaso mental y una reorganización de la experiencia clínica para poderla transmitir.

Soy consciente de que al traer a clase nuestros relatos, expandiendo la teoría, motivamos a quienes se inician en esta tarea.
Pero también sé que l0 que compartimos en las clases, puede ser solamente una liviana referencia.

La recibirán como un relato atractivo, aún cuando hablemos de casos que no prosperaron, o de casos difíciles… y luego lo olvidarán.

No tengo la expectativa de que nadie aprenda los “cómo de la clínica”, solamente por escuchar estos pequeños recortes.

Pero la huella queda.

Escuchar y leer casos clínicos, les permite a l@s alumn@s imaginarse – suponerse en el rol, jugando, interviniendo, y concretando algo que tiene que ver con la expresión de su vocación.

Y es justo ahí… en ese pequeño espacio que se da entre su imaginación, con los comentarios de asombro, o desconcierto, los textos, mi actual situación de trabajadora de la psicopedagogía … es ahí donde se rejuntan mis memorias, mi ser vocacional.

Me veo en ese banco de facultad, se reaviva mi ilusión de trabajar, de hacer lo que estoy ya haciendo, de llegar a este actual momento.

Es muy fuerte poder percibir que dentro mío sigue viva esa emoción.

Así es entonces, que la docencia es un feliz antídoto para no rutinizarme en la tarea, para renovar energías, para mantener la alegría en la labor.

Ser joven junto a los jóvenes. Mantener la pregunta viva. Sentir que hay tanto por hacer.

María Inés Acuña

Psicopedagoga

22 de febrero de 2017