O convertirse en terapeuta.
O formarse como terapeuta.
El asunto es si nuestro trabajo es terapéutico.
Si un buen terapeuta es quien tiene la posibilidad (y misión) de ayudar a otro a mejorar, a superar, a suavizar los aspectos dolorosos o incómodos de su vida, podemos decir que hay muchos excelentes terapeutas.
Buenos en serio.
De esos que abren puertas, traen oxigeno y creativamente facilitan que veamos nuestro presente y nuestro futuro desde otros lugares.
Hay gente que tiene el don, además de la formación. Hay gente que vibra bien, como dicen desde las terapias alternativas. Hay gente que tiene la voluntad y la dedicación.
Hay terapeutas psicoanalistas.
También cognitivistas, holísticos, sistémicos. Terapeutas gestálticos. Humanistas. Terapeutas filosóficos y terapeutas pragmáticos.
Hay terapeutas del cuerpo, del alma, del lenguaje.
Terapeutas del aprendizaje, entre los que me ubico.
Terapeutas acreditados y terapeutas intuitivos.
Más académicos, más experimentales.
Están los que nos salvan la vida. Los que nos acompañan un rato nada más.
Hay amigos terapeutas con mate en mano.
Hay parejas, hij@s y herman@s y padres terapeutas.
Hay niñ@s terapeutas, sensibles a la necesidad de otros, que saben sanar.
Hay maestr@s, excelentes sanadores y piedras fundacionales de quién podemos ser.
Hay cenas, vinos, películas y música terapéuticas. Obras de arte y artistas.
Historias y sueños terapéuticos.
Hay deportes y libros terapéuticos.
El problema aparece cuando necesitamos un terapeuta y esa persona no hace lo que tiene que hacer.
Si eso ocurre, quién hace lo que tiene que hacer ese terapeuta?
María Inés Acuña
Psicopedagoga
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