Una mamá me dijo sobre su hijo, “no sé porqué, siempre avanza mucho en septiembre”.
Me encantó esa afirmación. No suena muy científica, pero algún sustento, al menos para ella, tiene. Puede ser una creencia, una idea personal, o una verdad. Porque ese muchachito es cierto que está cambiado.
Los niños y niñas con desafíos en el desarrollo, en los que vemos demoras en sus adquisiciones, o dificultades para desarrollar su lenguaje, o en su desarrollo cognitivo, en su forma de vincularse con los otros y consigo mismos, necesitan un fuerte sostén y mucho estímulo contínuos.
En la mayoría vamos a encontrar que en cuanto se produce la claridad del diagnóstico y creemos que podemos “determinar” el supuesto nivel en el que se encuentran, corren la línea para adelante. En poco tiempo ya se aprecian los cambios. Los vemos más conectados con su ambiente, más interesados en jugar, o expresarse, en participar con nosotros. Inclusive comienzan a dominar y proponer dentro de nuestros espacios. Esto pone muy feliz a toda la familia.
En algunos casos, contadísimos, ocurre un retroceso. Pero eso hay que verlo con lupa, porque seguramente se trata de un niño o niña con un diagnóstico médico que permite comprender y anticipar que su proceso de desarrollo va a tomar este peculiar recorrido. Lo entendemos mejor en gente muy viejita, donde hay un declive natural de las funciones cognitivas. Pero alguna, solo alguna eventual vez, puede pasar en un niñ@. Seguramente cuando sucede, eso ya fue previsto por quienes se ocupan de atenderl@. No será una sorpresa en la historia de esa familia, sino parte de la realidad que les tocó asumir.
Pero la mayoría de nuestros niños y niñas, no importa las dificultades que tengan, van a avanzar. ¿Cuánto? Tal vez mucho en los primeros tiempos de tratamientos y trabajo familiar. Tal vez un poquito menos, o más de lo que esperamos en los tiempos siguientes.
Pareciera que encontramos entre todos el camino a seguir. Vamos bien. La familia se fortalece en sus decisiones. Y puede proyectar más cosas de las que habían pensado. Se vuelve a soñar, se despiertan las expectativas. Volvemos a creer que “esto” se puede revertir, que se puede curar.
Pero la verdad, es que en algún momento este ritmo acelerado de cambios se va a tranquilizar. Y que de a poco nos encontraremos que estamos reiterando y repitiendo, sin ver que haya nuevas modificaciones.
Cuando esto toma un tiempo largo, cuando se produce esta latencia, los terapeutas le ponemos nombres como “plafonó”, “llegó a su techo”, “está estancado”, “no vemos progresos”, “está en una meseta”. .. nombres horribles que quedan flotando sobre la realidad de las familias. Y esa esperanza de que todo iba a ser distinto, ya no se sostiene. Se vivencian nuevos procesos de angustia y duelo.
Pero… dice la experiencia: que estemos en esta parte del camino no quiere decir que el proceso está interrumpido. Quiere decir que lo que esperábamos los grandes, los adultos, los que lo/la miramos con mucha atención, y que de tanto mirarlo, nos impacientamos, está tomando un tiempo un poco más largo. Para nosotros.
Pero no para él o ella. En su proceso personal, está tomando el tiempo, todo el tiempo que de verdad necesita.
El trabajo de los terapeutas en estos momentos en particular, lejos de anunciar catástrofes, debería ser el de ayudar a la familia a sostener una expectativa racional. Hablo de un anhelo mitad esperanza / mitad realista.
Porque es puntualmente en este período de trabajo que compartiremos, cuando más difícil parece el camino, donde los papás y mamás deben acompañar y sostener a su hij@ con más fuerza.
Podría ser que esos episodios de “meseta” son lo que necesita el chic@ para procesar tanta información trabajada en casa, en su escuela, en sus tratamientos, en la plaza.
A veces el cambio se está dando por debajo de nuestros ojos, porque a nuestro niñ@ se le hizo necesario un refugio personal para encajar las piezas de su rompecabezas sin que estemos entrando y saliendo con nuestras intervenciones, de manera insistente. Como si nos dijera: “pongo pausa.. freno… necesito revisar dónde estoy”.
O tal vez, sus ritmos de maduración son así, impredecibles como la misma naturaleza.
Los procesos de evolución, lo dicen todos los libros, son asincrónicos. Pero un hijo no es un párrafo en un texto. Y los padres no tiene porqué ser expertos en estas teorías.
Escuchemos lo que están sintiendo (sufriendo?) , porque en la medida que puedan sentirse acompañados, podrán esperar con otra calma. No existe un niño que no cambie ni un poquito. Si eso ocurre, es que hay algo que no se estuvo intentando. Es una buena práctica plantearnos objetivos sensatos, para ir repensando nuevos objetivos, manteniendo una mirada moderadamente positiva. Suena complicado, pero no lo es.
Poderlos ayudar a esperar, a que mantengan la expectativa de que ya van a encontrar de nuevo alguna pista, algún nuevo aprendizaje. Y serán los padres quienes sabrán percibir aunque sea pequeño, ese gesto nuevo, esa novedad que estaban esperando que les anuncia que su hij@ sigue adelante. A su paso, pero siempre adelante.
Psicopedagoga
6/09/2017
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