La campeona de las letras

Antendí a una nena por un tiempo largo. Casi 5 años calendario, con una pausa en el medio por motivos míos. Aún así, mi registro del tratamiento tiene prácticamente un continuo. De hecho fueron 5 años de su escolaridad.

Trabajamos junto a su familia, su escuela y una fonoaudióloga en forma muy estrecha.

El inicio en la primaria fue complicado y a partir de esta necesidad, fuimos armando los dispositivos.

Resultó bien. Más que bien.

El último año de tratamiento fue casi innecesario, pero ella lo pidió. Hicimos entonces un contrato ad-hoc con la familia y un pacto entre nosotras, que atendió a su solicitud.

Cuando la conocí, estaba en 2do grado. Era extremadamente tímida, retraída. En los ámbitos familiares siempre fue muy alegre y participativa, pero algo de eso se frenaba en la escuela o en otros lugares.

Inauguramos nuestro trabajo con ciertas decisiones junto a la escuela que no gustaban a nadie. Pero funcionó. Y ella avanzó, más de lo que todos pensábamos posible.

Trabajamos mucho. Usamos los materiales convencionales para estas necesidades, cuadernillos, cuentos, juegos. Todo lo que se recomienda. Las sesiones con ella, por más que fueran tediosas, reiterativas, esquemáticas, las transitábamos con mucha alegría. Ella participaba tolerando, y tolerándome con enorme paciencia y determinación.

Un día en una reunión en su escuela, el maestro de 5to grado, dijo incrédulo de los años anteriores, “ella es una de mis alumnas más destacadas”.

Sentí admiración por ella, y vi concretado el inicio del alta.

No porque tuviera buenas notas o porque ya pudiera leer fluido. Me impactó porque ante los ojos de sus maestros, ella era quien coordinaba los grupos de trabajo, la que se acordaba de las fechas y registraba si un compañero necesitaba ayuda. Era la alumna en quien sus docentes se apoyaban muchas veces para motivar al grupo. La vimos, se nos mostró, entonces desde una posición muy sólida como persona y como alumna.

Con ella y su familia aprendí que los tratamientos largos son necesarios a veces, pero que dentro hay ciclos diferenciados. Una de las mejores cosas que pasó, vino de la mano de su mamá, quien dijo una vez, “demasiado ir y venir a los tratamientos. Necesitamos algo para despejarnos”. Y la anotó junto a la hermanita en una actividad artística en un club de barrio.

Aparecieron las instructoras, las “coreos”, ensayos, nuevas amigas, muestras de fin de año, ropas y maquillajes que hicieron de esta nena tímida, una hermosa participante, comprometida con su equipo. Como decimos con su fono: “despuntó”. Se fue varios casilleros para adelante.

En una actividad escolar donde cada chico debía llevar una foto de algo significativo para sí, ella eligió una de la entrega de medallas en una competencia interclubes.

Era campeona y lo quería mostrar. Tal vez pasó inadvertido entre sus amigos, porque muchos chicos logran reconocimientos deportivos. Pero para ella fue un momento bisagra.

El año pasado, el último de ella en mi consultorio, fue muy divertido. Llegaba directo con su carpeta a sentarse … en mi lugar. Y me decía sonriendo: “anotá”, y me dictaba lo que iba a hacer durante la sesión. Y me indicaba, “cuando termine … jugamos” con toda una presencia y actitud de pura energía.

Durante esos 5 años hicimos muchas de las mismas cosas que hacemos con otros pacientes. Pero ella condujo algunos tramos del tratamiento mostrando lo que necesitaba y eso fue absolutamente original.

Cuando recibimos a un chic@ con dificultades de aprendizaje, sabemos dónde empezamos, pero no adónde o cómo llegaremos. Y sabemos que empezamos en el peor momento, en el escalón más bajito. No poder, no aprender, no verse como los otros es muy difícil de soportar. Duele. Pero toda historia tiene que empezar en un primer renglón. Lo que sigue se escribe de a poco, entre muchos que acompañamos, pero con su propia letra.

María Inés Acuña

Psicopedagoga

Por | 2019-09-29T19:04:51-03:00 octubre 18th, 2018|[Familias], [Ser Terapeuta]|0 Comentarios

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