Un cachorro humano

Estoy en una fila esperando mi turno.

Delante mío un papá joven con su hijito a upa, de un año y medio, no más.

El nene empieza a generar un juego muy simpático de ritmo cada vez más rápido. Consiste en darle al otro un beso, en el cachete, en la nariz, en la frente.

Pero el juego es besar, no ser besado.

Entonces, las caras van de un lado a otro. Se ríen y se espían.

De una cara seria pasan a carcajada, a fruncir el ceño, a alejarse y sostener la mirada.

Papá e hijo en un juego que evidentemente conocen.

De repente se frena el ir y venir de caras.

El papá vuelve a atender a la fila, retomando su actitud anterior.

El nene me estudia. Advirtió que estoy ahí y me mira desde atrás del hombro de su papá.

Levanta una ceja y mira hacia otro lado … me vuelve a mirar. Disimula su interés en mi. Me sigue mirando.

El cachorro humano ha captado mi presencia, y mi atención a la conexión entre ellos.

Y ante esa mirada de niño pequeño, yo me encuentro inmensamente conmovida.

Maravillada frente a humanos, mis pares, por esta riqueza que nuestra especie tiene.

La de querer y poder ser sostenido y la de querer y poder sostener.

La de ser alguien en la risa del otro.

Que hayamos estudiado cómo y desde dónde se trabaja con niños pequeños y sus familias, sigue siendo mínimo ante la potencia y el misterio de estas escenas. Porque ese ritmo generoso de miradas y sonrisas, nos enseñan, nos han enseñado, a ubicarnos al lado de alguien, o frente a alguien, y nunca detrás. Ser visto y poder mirar.

María Inés Acuña
Psicopedagoga

12 de abril de 2017

Por | 2018-10-18T17:58:05-03:00 octubre 5th, 2018|[Familias], [Ser Terapeuta]|0 Comentarios

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